Es en noviembre, después de la cosecha y cuando empezamos a cerrar el año, que viene la noche de las almas.
Las almas trajinando, emprenden un viaje a través de ese sitio al que solamente se accede mediante el sueño.
En esa región lacustre, porque fuimos nación del agua, habita lo que fuimos desde el principio: semilla, polvo, yerba, agua. Sustancia.
El camino se viste de aromas que los que vivimos al otro lado no distinguimos, a penas y un viento nos anuncia este temporal. Piedras pulverizadas, humo y sed. Luz.
Se amansa la lluvia, la tierra cede, la cosecha ya recogida se prepara para servirse a la mesa. Se martajan semillas para alimentarnos y convidar a los que estuvieron desde el comienzo.
Los paisajes se adornan con colores que no comprendemos: ¿de dónde podría nacer ese rojo aterciopelado? ¿Quién pudo crear el color del cempasúchil, quién pudo crear el delicioso olor de la yegazeta*, o la sensación de los panteones cubiertos de amarillo por las pequeñas florecitas amarillas?
Espejos resplandecientes, cruces de cal, sacrificios de guajolotes para preparar el festín, nísperos, plátanos que cuelgan en arcos para indicar el umbral.
“Portal”, es la reunión de diez artistas que con sus lenguajes exploran la muerte desde diversas orillas del universo.
Se dice que los bodegones o las naturalezas muertas en el arte son una manera de establecer una conexión con los ancestros: una manera de alimentar a nuestros muertos. Estas obras, reunidas en el portal de la galería Quetzalli, abren umbrales. Son el inicio de una conexión con los seres que habitan regiones que en nuestro camino errante por este valle, aún no comprendemos.
Otoño del 2024,
Karina Sosa Castañeda